Empresas que hacen escuela
Cada vez más pymes argentinas toman la iniciativa de crear talleres, centros de formación y hasta escuelas dentro de su estructura para formar a sus recursos humanos, ante la falta que evidencia el mercado. Experiencias exitosas que vinculan al sistema productivo con el educativo y estatal.
En políticas educativas, los efectos suelen verse en el tiempo. El abandono de la escuela técnica en los ’90 detuvo una maquinaria que lleva tiempo volver a poner en marcha. En la economía en crecimiento de los últimos años, entonces, la necesidad de mano de obra calificada se volvió tan imperiosa que muchas empresas salieron a un territorio desconocido: la formación de sus recursos. Hoy, en la Argentina se multiplican los casos de compañías que tejen propuestas, en alianza con el sector educativo y el Estado, tras esta meta de capacitar a los trabajadores.
Una escuela en la empresa
«A partir del ’95 empezamos a notar precariedad o carencia de mano de obra calificada, sobre todo en jóvenes. Teníamos una camada de gente de 45 o 50 años que estaba formada y teníamos necesidad de incorporar gente nueva, pero los jóvenes que llegaban parecían promotores, vendedores celulares o de AFJP, con cero formación técnica», cuenta Hugo Ricciuti, fundador de Indelama, una fábrica de carpintería de madera a medida, que construyó una escuela en el predio de su planta…
Ricciuti cerró un acuerdo con el municipio de Esteban Echeverría para implementar un programa según el cual la empresa formaba durante seis meses a un grupo de jóvenes. Para ello, el Centro de Empleo del municipio pagaba cuatro horas de trabajo y la fábrica otras cuatro. «Por ese grupo pasaron unos 40 muchachos y quedó un número que hoy sigue trabajando. Pero, para nosotros, era una tarea titánica porque teníamos que dejar de trabajar para enseñar», repasa.
A partir de esa experiencia, Ricciuti, un técnico egresado de la vieja ENET, se propuso como iniciativa profesional crear una escuela de educación técnica. Pero el proyecto que armó mientras hacía un curso en el ITBA estaba destinado a un largo derrotero. «Cuando lo tuve cerrado, salí a buscar socios para implementarlo. La propuesta buscaba formar mano de obra calificada y que los jóvenes terminaran con un título habilitante para incorporarse en el mercado laboral rápidamente o seguir estudios universitarios. Incluía pasantías rentadas en un grupo de empresas amigas, que no fueran meros cursos de formación y disponía cuestiones disciplinarias, con criterios de conducta razonable», repasa.
El proyecto empezó a deambular y, después tres años, el empresario concluyó que si no conseguía un edificio, no era viable. «Algunos institutos educativos estatales nos prometieron poner la estructura si conseguíamos un edificio», cuenta. Así fue que el día que Recciuti inauguró su planta modelo en Monte Grande, en 2004, en medio de su discurso dijo: «Acá vamos a construir el colegio».
Y lo hizo: construyó un edificio de 1.500 m2 en dos plantas, en el que invirtió u$s 650.000. «Como es una empresa familiar, decidimos destinar el 50% de la utilidad de la fábrica, durante ocho años. Yo soy el gestor de la idea pero esa ganancia la generó la gente que trabaja acá y quienes aceptaron compartirla son mi mujer y mis cinco hijos», define el empresario.
Pero cuando estuvo listo y fue a buscar a aquellos que habían comprometido su aporte, no estaban. «En 2008, la frustración fue total y claudiqué. Mudamos allí las oficinas administrativas y destinamos la planta alta para capacitar a nuestra gente», dice.
Sin embargo, el año pasado, durante una charla casual con el entonces secretario de Obras Públicas del municipio, Ángel Cammilleri, éste preguntó sobre «ese edificio». Luego escuchó el proyecto y, al día siguiente, empezaron a llegar las tan esperadas buenas noticias. Ricciuti había pasado años buscando una solución que estaba a unas 50 cuadras de distancia, en la Universidad de Lomas de Zamora.
En octubre de 2011 se firmó el marco acuerdo entre la universidad e Indelama y en menos de 20 días se acordaron los detalles de participación. Ricciuti debió construir oficinas nuevas contrarreloj porque, en marzo de 2012, comenzó a funcionar, en el predio de la fábrica, la Escuela Tecnológica Preuniversitaria Ing. Carlos E. Giúdici. Si bien la inscripción es arancelada, la escuela posee un sistema de becas provisto por la propia fábrica, proveedores y clientes. Hoy asisten a clase 52 varones y nueve chicas.
Cuando Ricciuti fundó Indelama, hace 40 años, era un taller de carpintería que hacía pequeños trabajos. Hoy tiene unos 130 empleados y se especializa en carpintería de madera de alta gama, para grandes obras. «Vengo de una familia de trabajadores y entiendo que el mejor recurso es contar con educación y habilidades para trabajar. Es ahí donde empiezan a resolverse los problemas», afirma.
Asumir el rol de educadores
De acuerdo a un informe de la Fundación Observatorio Pyme, el año pasado cuatro de cada 10 pymes industriales dijeron tener dificultad media o alta para conseguir operarios no calificados, mientras que a ocho de cada 10 firmas le costó contratar operarios calificados y técnicos no universitarios.
En 2006, la empresa CMP Estructuras, de Campana, registró un crecimiento que la puso cara a cara con la realidad de su entorno: la falta de mano de obra calificada, junto a un creciente bolsón de pobreza en los alrededores de la planta que se dedica a la fabricación de estructuras metálicas. «En aquel momento, Luis Oyuela, presidente de la compañía, vio que al lado de la planta había una cantidad de gente desocupada mientras él no tenía operadores para la empresa», cuenta Claudio Matorras, responsable de Comunicación Institucional de Bautec.
La firma -pertenece al grupo Bautec y es una pyme cliente de Ternium Siderar- se reunió con la Unión Obrera Metalúrgica (seccional Campana) y la Fundación nuestra Señora de San Nicolás, para armar una estrategia ante este problema. La respuesta fue la creación de una Escuela de Oficios, dirigido a gente que deseaba profundizar su capacitación.
CMP donó los terrenos y la escuela se instaló al lado de la planta. El Grupo Bautec hizo los aportes económicos para la construcción del edificio. Los primeros formadores salieron de la empresa y de otras compañías ubicadas en la zona.
La Escuela comenzó otorgando Certificados de Competencias IRAM (nivel metalmecánico inicial más especializaciones) y logró los objetivos: «En el primer año, egresaron 500 alumnos de entre 18 y 35 años. Una parte vino a trabajar a la empresa y el 50% de la gente está empleada en la zona», añade Matorras.
Actualmente, se incorporaron otras áreas vinculadas a necesidades de los participantes y empresas de la zona. Así, se están dando cursos de electricista, soldador, tornero, fresador, operador de informática y zinguería.
Esta sociedad educativa dio otros pasos hasta obtener el reconocimiento como Centro de Formación Profesional Nº 405, de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia. Esto, hoy les permite otorgar certificados oficiales. Además, la estructura se amplió un 50% y hoy la Fundación Nuestra Señora de San Nicolás se ocupa de la gestión educativa.
Del centro egresaron más de 1.500 estudiantes, casi el 20% mujeres, entre 2008/2011, cubriendo las necesidades del corredor industrial Campana-Zárate en oficios básicos del sector metalmecánica. «Hoy, no tenemos déficit de mano de obra y nos seguimos nutriendo de la escuela. En la empresa se hacen las pasantías y los alumnos tienen preferencia a la hora de contratar gente», remata Matorras.
Instancias superiores
En la Argentina se están desarrollando todo tipo de estrategias para capacitar a recursos humanos y lograr que estén en condiciones de utilizar la tecnología necesaria para lograr productos y servicios competitivos en el mundo. «La cantidad de recursos que no están capacitados se siente cada vez más intensamente y, últimamente, es muy preocupante porque no está ligado a un aumento de la producción. Hace años la producción está estable y, sin embargo, los recursos son escasos. La realidad es esa, lo que nos queda es tratar de asistirla», define Aldo Di Federico, director de AMS, una empresa que comercializa equipos de medición y control de calidad y, de esta forma, asiste a la industria automotriz, autopartista, de moldes y matrices, industria plástica, mecanizados en general, petróleo, gas y minería.
Desde la empresa están generando un área de formación que tiene dos bases: transformar metrólogos (operarios de medición) convencionales para hacerlos crecer a tecnología 3D. «Ese crecimiento de los técnicos es paralelo al crecimiento de la empresa. Porque una firma que quiere exportar debe mostrar índices de calidad. Para eso, hay que lograr mediciones repetitivas con equipos de tecnología que usan programas corridos por estos metrólogos modernos», explica Di Federico.
Esta formación específica no forma parte de un mundo ajeno a las pymes, todo lo contrario: cualquier parte producida hoy requiere controles de calidad. La calificación se logra a partir del proceso de medición que termina dando indicadores que se pueden leer con el mismo criterio en cualquier lugar del mundo. Todas las empresas que interactúan con grandes firmas necesitan manejar estos lenguajes de coeficientes específicos.
AMS está bajo el paraguas de la alemana Carl Zeiss. En esta asociación también está también la pyme Work Tech, que se ocupa de la capacitación. «Si queremos introducir productos de alta tecnología para que la industria argentina pueda competir, tiene que haber gente que pueda utilizarla», dice el ingeniero.
Capacitación, mercado y colaboración público-privado
Al momento de buscar personal en el mercado laboral, las empresas buscan conocimientos elementales y formación básica, por otro lado y personas capacitadas y entrenadas en técnicas precisas, por el otro. «Desde 2005, el Estado volvió a priorizar la educación técnica, por lo que la formación en oficios comenzó a retomarse. Las necesidades de torneros, matriceros y soldadores fue nuevamente preocupación de la educación formal. Las empresas en crecimiento, que no pueden esperar los resultados a mediano plazo, han tenido que recurrir a cursos de capacitación no formales para contar con los recursos humanos necesarios. Aquí hay distintas soluciones público-privadas desde las áreas de Trabajo, Desarrollo Social, Producción y Educación», sostiene Carlos Gianella, presidente de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CIC). Esta situación se extiende a toda la industria. «A esto se suman las demandas de personal de nuevos sectores productivos, como el de software, que requiere programadores en forma intensiva para su desarrollo, elevando sus demandas sobre el sistema educativo y llevando a muchos jóvenes al sector laboral sin haber terminado su formación. Últimamente, se comienza a observar una situación similar en el sector de la biotecnología, pero en este caso la finalización de los estudios no ha sido afectada», alerta Gianella.
Los cambios permanentes que exigen al sistema productivo la competencia del mercado, ha instalado definitivamente el tema de la capacitación para actualizarse en nuevas técnicas. «Las pymes difícilmente puedan mantener un nivel de competitividad sin ayuda del Estado. La colaboración público-privado para resolver este tema parece ser el mecanismo más adecuado», apunta Gianella. En la CIC funciona el Programa de Modernización Tecnológica, que financia programas integrales para la mejora de la competitividad, donde la capacitación es uno de sus componentes.
Desde todos los sectores de la industria se alerta sobre la creciente falta de recursos formados. «Hay crisis de técnicos o ingenieros calificados que no aparecen en el mercado. La demanda es gigantesca e incluso estamos buscando nuevos instructores. Hay muchas variables jugando en el mercado; faltan técnicos y también componentes de reemplazo, entonces la gente en planta debe estar capacitada para reparar las máquinas. Además, tiene que ver con la especialización: cada empresa y rubro necesita una capacitación según sus necesidades», cuenta Edith Schmidtke, jefa de Capacitación y consultoría de Festo, proveedor de soluciones de automatización mediante tecnología neumática, electrónica y de redes para actividades industriales. Vale un ejemplo: hace cinco años la división capacitaba entre 200 y 300 personas por año; hoy pasan por sus cursos de automatización entre 500 y 800 personas del sector privado.
Festo ofrece cursos abiertos al público (particulares, docentes, empresas) y cerrados (a medida). «Las pymes también están sumándose. Antes, les costaba acceder a capacitación por los costos o porque sacar a una persona de la empresa es complicado para la operatoria diaria, pero los incentivos de la Sepyme de Crédito Fiscal (ver recuadro), motivaron e incentivaron la demanda de capacitación», marca Schmidtke.
Lo cierto es que hoy las alternativas se multiplican, al tiempo que las pymes buscan salir al mercado con propuestas más competitivas. Y los recursos calificados son un diferencial clave. «Un error común es pensar las capacitaciones en función sólo de las necesidades de la empresa y no del personal. Es importante diferenciar las capacitaciones técnicas de las que tienen como fin lograr motivación y retención de personal, para lograr el efecto adecuado. Además, hay que buscar el perfil de un capacitador que hable y domine el idioma pyme», advierte Jonatan Loidi, director de la consultora Set Consulting.
Cámaras que se apuntan
Las iniciativas empresarias para cubrir la demanda atraviesan todos los sectores. En 2005, la Cámara de Comerciantes Mayoristas e Industriales (Cadmira) fundó la Escuela de Oficios, con el propósito de recuperar oficios extinguidos. «Esta es una cámara gremial empresaria, que tiene otros objetivos. Pero la idea surgió de un comentario reiterado ante las necesidadesde los comerciantes. Hoy, tenemos unos 250 chicos haciendo cursos, una bolsa de trabajo y no solo una gran cantidad consiguió empleo sino que más de una decena inició su propia empresa», cuenta el secretario de la cámara, Alejandro Skrepnik, empresario pyme al frente de una imprenta en el barrio de Once.
Con el tiempo, la iniciativa tomó estado formal: en 2011, el Ministerio de Educación porteño homologó los títulos que se otorgan a los alumnos, por lo cual el establecimiento pasó a llamarse «Centro de Formación Profesional-Escuela de Oficios».
El lugar funciona con un subsidio manejado por CAME y surge de un impuesto que pagan los comerciantes. Los cursos (anuales) tienen un costo entre $ 300 y $ 400 y el fuerte es marroquinería y calzado. También están incorporando chicos en riesgo social y con capacidades especiales. Para ello estamos entregando muchas becas», remarca Skrepnik. A mediano plazo, las expectativas son ampliar el lugar y ofrecer un título de técnico.
Experiencias en las que responsabilidad social y necesidades concurrentes se unen en un circuito virtuoso que apunta al crecimiento.
Fuente: Cronista.com